A propósito de la presencia del boceto en el ámbito del diseño

 

Sergio E. Rodríguez Aranda

 

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(…) diseñar significa crear y como veremos, donde no hay creación, no hay evolución posible.

 

Con anterioridad a la realización de un proyecto gráfico —integrado en el marco del diseño—, el boceto se sumerge en una fase previa en la que procede la asimilación de los datos esenciales y apropiados al propósito creativo de la intervención; es el momento clave, el espacio temporal delimitado que el boceto conoce con propiedad y donde encuentra sus máximas virtudes representativas —el momento del acto creativo en el que presiente lo que está por llegar, cuando recorre el blanco del soporte barajando propuestas en busca de lo posible, el hecho extraordinario acorde al motivo de la intención; pero no busca con ello la perfección, sino la esencia de lo que ha presentido, el trazo que lo evidencie en su plenitud—. En ese acto se conduce vislumbrando las diversas posibilidades conceptuales y plásticas que acabarán entrando en coalescencia y configurando una ordenación específica y coherente.

Es importante constatar que todo elemento susceptible de una posible inclusión en el ámbito de una determinada acción creativa, posea una doble vertiente activa; por un lado, su propia apariencia, lo que muestra en una práctica sensorial inmediata y que constituye su imagen directa; y, por otro lado, una presencia oculta que manifiesta su verdadero carácter, la sustancia inherente, aquello que se activa cuando se procede a la experiencia, a la exigencia de su cualidad competente.

 

El trazo, tan suave, tan ligero o incierto como sea, remite siempre a una fuerza, a una dirección, es un energon, un trabajo que da a leer la traza de su pulsión y de su consumo. El trazo es una acción visible.

 

El estudio preliminar se presume como esencial y necesario para detectar esta doble articulación de la particularidad de cada elemento actuante y con ello proceder a moldearla.

En todo ejercicio gráfico y creativo —máxime en aquellos conducentes a una acción específica de diseño— el boceto procura y administra un modo efectivo de gestión, un método analítico que favorezca la comprensión de la totalidad a través del estudio pormenorizado de sus elementos en su cualidad, efectividad y capacidad de interacción, —método que, en cierto modo, caracteriza su manera de operar en este terreno creativo y que lo distingue de su actividad gráfica en otras áreas artísticas—. Este tipo de formulación metódica facilita la asimilación cognitiva de toda la información proporcionada por los datos aprehendidos y que, además, por asociación con la información que ya poseemos, acabará desarrollando una amalgama de posibles combinaciones que provea la sustancia informativa precisa.

El material extraído se somete a un proceso de depuración mediante el cual el boceto selecciona aquellos elementos que considera aptos para el concurso creativo, se afana en la realización de una serie de trazos expresivos y necesarios que delimiten lo superfluo para su eliminación y procuren la vía correcta para ajustar la exposición gráfica idónea que manifieste su perfil efectivo; son las ideas preliminares, los borradores dispersos que se disponen sobre la hoja de trabajo y que, en su intención particular y representativa, acaban conjugándose en términos elementales o descriptivos; pero siempre en plena colaboración, ofreciendo sus rasgos distintivos y significativos, y procurando soluciones de continuidad.

 

_ Imagen 1. Frank Gehry, Umbráculo pisciforme, Hotel Arts, Barcelona 1989. rimeros bocetos: rotulador sobre papel.

 

Entramos en el umbral del proyecto, la estructura gráfica que compone y dispone, el discurso representativo que, después de esa fase previa donde los bocetos adquieren una significación y una apariencia gráfica referencial y de continuidad, entiende que ha de proceder a su evaluación y concreción; es un acto activo y organizativo que se vale de la prefiguración para llegar a la configuración como recurso expresivo significante, pero no en el mero acto de ampliación, sino de transformación progresiva.

 

No hay proyectos desligados de la acción. Hay, por supuesto, muchas anticipaciones de sucesos futuros, como las ensoñaciones, los deseos o los planes abstractos que son sólo, en el mejor de los casos, anteproyectos que se convertirán en proyectos (…).

 

El proyecto se establece como una propuesta interna, una intención premeditada que, en toda actividad artística de orden utilitario, está supeditada a una proposición de origen externo, una propuesta que constituye el “tema” a tratar, un argumento patrocinado o formulado a colación que “activa”, en cierto modo, la intención pero que no la coarta, sino que propone la realidad donde el proyecto encuentra el motivo de la acción. La intención, en su origen, proviene de quien recoge el testigo de la proposición, de quien observa el “tema” y lo conduce a sus intereses, motivaciones y deseos de actuar, poniendo en marcha su capacidad proyectiva y sus atribuciones creativas. De nuevo, el boceto interviene en esta fase de la acción proyectiva, puesto que es quien traduce gráficamente esos deseos, quien le otorga la identidad física y gráfico-plástica, acumulando trazos y gestos representativos que figurarán la idea preliminar surgida de la intención, y que se formula como un magma todavía difuso y disperso activado en la búsqueda de la aproximación con el tema de la proposición.

Todavía el proyecto se encuentra en proceso de gestación, en su génesis, en los aledaños de su trayectoria evolutiva; la propuesta acaba de activar la célula sensible del autor, el cual recurre al boceto para que evalúe la situación y proponga soluciones de partida dinámicas y plausibles; y que opere como un germen movilizador del bloque de información asociado que se encuentra instalado en su memoria.

 

Dibujo guiado solamente por el instinto; no hago síntesis arquitectónicas, sino, a veces, algo parecido a composiciones infantiles, y, de este modo, sobre una base abstracta, gradualmente, va tomando forma la idea principal, un tipo de sustancia general, a través de la cual es posible armonizar los múltiples problemas parciales en conflicto.

 

Hemos de reflexionar en que el proyecto —principalmente en el campo disciplinar que nos concierne— atiende a proposiciones que exigen soluciones reales y efectivas; estudia propuestas que han de materializarse en el plano físico o, dicho de otro modo, planes que han de ver la luz convertidos en manifestaciones tangibles y corpóreas con una identidad reconocible, lo cual lleva a la conclusión de que su concreción definitiva, y su puesta a punto, llevan aparejada una ingente y variada cantidad de condicionantes de tipo técnico, social y económico.

No sólo las imposiciones o limitaciones externas influyen sobre la articulación de un proyecto, también el propio autor se crea sus propias dificultades o retos a superar, obstáculos que va estableciendo como límites provisionales en su carrera creativa, y que se conciben como trámites inherentes a la causa artística y, en consecuencia, aceptados plenamente en toda su amplitud.

 

“los tres mejores ejercicios, los únicos quizás para la inteligencia, son: hacer versos, cultivar las matemáticas y dibujar”, (…) “estas tres actividades son ejercicios por excelencia, es decir, actos no necesarios, sometidos a condiciones impuestas, arbitrarias y rigurosas”.

 

De los primeros trazos efectuados por el boceto surgen las distintas variables que se encauzan hacia las inmediaciones de la realidad, la visualización gráfica o evidencia específica del ente abstracto representado por la idea o ideas que responden a la proposición. El proyecto, como estructura básica, se dispone a barajar, distribuir y ordenar estas ideas ya preajustadas en un análisis previo, para establecer el referente gráfico y representativo que signifique al diseño, es decir, a la propuesta gráfica que desvela la solución sugerida al propósito solicitado.

 

 

_ Imagen 2. Boris Prodrecca, Galería A+A, Madrid 1993. Grafito sobre papel.

 

Pruebas preliminares cuya función estriba en resolver cualquier eventualidad o discrepancia que pueda surgir en la interacción de los elementos significativos de esta fase proyectual, en poder encontrar todavía una solución solvente en cualquiera de sus representaciones externas, e incluso en el origen de su significación, el planteamiento que ha llevado a su descripción gráfica. Pero, para ello, se requiere de un criterio definido, un “patrón de reconocimiento y valoración” perfectamente adiestrado que distinga las prioridades de cohesión con el objetivo de la intención.

Tenemos que apuntar aquí que, aunque pueda parecer una paradoja el establecimiento de criterios concretos en el proceso del acto creativo —por lo que de espontáneo o instintivo pueda parecer—, está claro que el artista, dentro de su “anarquía”, elige, decide y articula el “plan” que ha de moderar y envolver su producto artístico. Es decir, establece un criterio particularizado, pero a su vez efectivo, acorde con su propósito; pero, sobre todo, hemos de valorar que el ejercicio creativo al que apelamos, se produce dentro de un contexto específico, el campo del diseño —concretamente el diseño ambiental—, donde lo creativo ocupa una parte sustancial de la resolución del proyecto pertinente, pero estrechamente relacionado con deliberaciones y resoluciones de carácter técnico.

En cualquier caso, el proyecto no puede evadirse de la presencia de subjetividad que lo avala, es una pura extensión de esta representación. Es la propia intención la que dirige el proyecto, la que se rige por el fin perseguido, por la proposición, por el motivo que influye determinantemente en el autor y que le seduce por reiterarse en ella. Intención, motivo y autor constituyen la tríada que gobiernan la acción; están íntimamente relacionados de modo que, la intención no es posible sin un motivo que la impulse, es inherente a ella, ni tampoco es viable sin el autor que la represente.

El proyecto se manifiesta gráficamente por una notable interpretación del asunto que surge de la intención; es decir, la intención activa la imaginación para que produzca las imágenes conceptuales que han de originar las imágenes tangibles relacionadas con el tema propuesto, y que serán materializadas por el boceto mediante trazos significativos que configurarán el cuerpo del proyecto; trazos que no son sino la interpretación simbólica de las imágenes relacionales que fluctúan en la imaginación a propósito de lo propuesto, ese conjunto de conceptos, integrales e inducidos, relacionados con la naturaleza de la proposición, y que identifican al sujeto a la vez que coincide con el tema u origen de la motivación del proyecto. “El proyecto, que es una invención del sujeto, está simultáneamente dentro y fuera de él —podríamos considerarlo como una prolongación o elongación suya—, pero éste ‘fuera’ puede ser más o menos cercano, más o menos previsible”.

El proyecto constituye la identidad creativa del sujeto; por ello, se sitúa dentro de él, pero también se relaciona con la situación que lo provoca, con ese algo externo cuya distancia desde la que se manifiesta determina la identidad y calidad del mismo, esa ‘meta’ que nos induce a perseguirla y que hemos aceptado como nuestra; está ‘fuera’, a lo lejos, incitándonos.

En el contexto de una actividad creativa que, en cierto modo, se nos muestra inducida por un acordado propósito o cometido determinante que la delimita —como pueda ser cualquier labor de diseño—, la distancia la establece el ingenio con el que acometemos el proyecto que lo va a significar; es decir, por el modo de relacionar los elementos gráficos integrantes, así como, la manera de enfocar la acción creativa que los representa o, lo que es lo mismo, la originalidad de su gesto creativo. Este gesto se instala en lo excepcional no especialmente por la habitual operación de los procesos mentales llevados a cabo, sino por el modo ocurrente y original de concordancia que se establezca con el fin propuesto.

Es el modo en que se manifiesta el boceto, la manera de expresar su discurso buscando el trazo exclusivo que materialice las probabilidades establecidas por el motivo y que puedan ser representadas por su intención gráfica, intención que se expresa, de un modo tangible, por imágenes articuladas mediante trazos significativos que refuerzan el sentido particular que las justifica, apoyándose, por un lado, en la individualidad creativa propia de quien interpreta la situación y, por otro lado, en la dinámica operativa inherente al campo creativo en el que se aplica; es decir, el tipo de lenguaje gráfico propio del ámbito de diseño. Es evidente que la presencia del sujeto en un determinado campo artístico, determina un modo de hacer que lo identifica y lo relaciona con otros que comparten su competencia facultativa, pero, independientemente de su identidad profesional, el diseñador posee su propio sistema de referencia, un patrón de reconocimiento exclusivo que envuelve la apariencia de lo que hace y cómo lo hace, y que constituye su modo personal de articular el proyecto, su discurso proyectivo.

 

_ Imágenes 3.1.

Sergio Rodríguez, Óptica Claravisión, Granada 2003. Rotulador sobre papel.

 

 

 

_ Imagen 3.2. D. Navas, estación de cercanías de Barcelona.

 

Lógicamente, tenemos que entender que el boceto no es un recurso histórico, sino un ente tácito e influyente del acto creativo, que se rige por su capacidad de adaptación y se apoya en el poder de asimilación e interpretación que posee con respecto a la situación planteada; el boceto no es un medio, sino quien dirige a ese medio, el boceto se encuentra inmerso en el proceso intelectual —creativo o deductivo— que regula la acción adjudicada al medio gráfico pertinente, es la sustancia creativa y estética que surge de la invención y que se manifiesta gráficamente a través de los trazos que el medio le proporciona; pero no es el trazo mismo, sino el gesto, la sustancia inmanente de ese trazo. Es por todo esto, que el boceto no encuentra limitación alguna en su retórica gráfica, sólo el inconveniente que pueda imponerle la propia calidad y cualidad ejecutiva e imaginativa de su autor. El boceto es la esencia comunicativa, puramente expresiva del sujeto.

Es importante considerar, también, que un proyecto de diseño con un marcado perfil artístico, requiere de un análisis crítico, una evaluación que recoja todos los aspectos de aquello que se ha realizado para observar una concreción hasta cierto punto idealista; no debe articularse alrededor de una propuesta que sólo intervenga en la realización de un producto, ya concebido y materializado, con intención meramente positivista. En este caso, el resultado derivaría hacia la ordenación de una serie de elementos que convergen en una acción deductiva, no proyectiva, “(…) es la resultante de un cierto número de datos, cotejados y combinados de manera de resolver sus contradicciones. Más que un proyecto es un cálculo preventivo; el resultado, más que una proposición, es una deducción. En el curso del proceso encontramos confrontaciones, reducciones, elecciones finales, pero orientadas al suceso del producto o al progreso de la técnica que lo produce”.

 

Toda manifestación artística, aun cuando lleve aparejada una intención utilitaria, posee una componente crítica, sobre todo si ésta se formula en función de la articulación de un acto de ideación o de creación, puesto que es inherente a ambos; la componente crítica yace en el interior del proceso creativo como factor de estímulo y control. El diseño, en cuanto se formula como acto de creación, adopta una naturaleza artística y por tanto creativa, así, el diseño como acto creador procede a la búsqueda de un algo nuevo, un descubrimiento que lo singularice y, para ello, requiere de un espíritu crítico que lo evalúe y lo certifique.

 

_ Imagen 4. Frank Gehry, (Piggeon) - Form Chair with Easy Edges support. Madrid 1987. Tinta china sobre papel.

 

En resumen, el proyecto se configura mediante un objetivo que es el tema que lo justifica, aquel que se provee de una serie de particularidades atractivas que seducen y dirigen al sujeto para la acción; el propósito que activa su motivación y dirige el cauce de su intención; unas condiciones o limitaciones que surgen dentro y fuera de él (el proyecto) y que establecen el perímetro del campo de acción, al mismo tiempo que descartan otras posibilidades o planteamientos posibles o evaluables; y un criterio o cualidad inherente al sujeto con el cual se determina el rendimiento de la actividad proyectiva y su finalización. Actividad en la que el boceto interviene —ocupando un lugar eficiente y preponderante—, en la materialización gráfica de aquellos elementos ‘prefiguradores’ que la representan, y que hacen posible la visualización final del esquema gráfico descriptivo, consecuente con el objetivo de la proposición.